Los varales de la Macarena sostienen a la casta.

Ya se sabe que para salir en los medios hay que darle "paté a la buryesuá" (o algo parecido). No solo va a ser Pablo y su honorabilísima señora quienes salgan en la tele (viva Roures: un patrón de medios con cuentas en paraísos fiscales no es casta, es un emprendedor, como todo el mundo sabe).

Por ello, la jefa sevillana de Podemos ha sugerido que los ciudadanos y ciudadanas podrían suprimir la Semana Santa. Una vez montado el Belén, y epatada no solo la burguesía sino la ciudadanía en pleno, la jefa ha venido a decir que, por supuesto, se ha manipulado su opinión y sacado de contexto, según conocida maniobra de la derecha y la casta.  Casta en la que, por cierto, ha incluido, para cabreo de alguno de los áureos economistas de Podemos, a todo tipo de cargos del pasado.

La última Semana Santa sevillana que visité, fui acompañado, entre otros y otras, por Don Eduardo Saborido, de los de la casta obrera de toda la vida (lo siento Eduardo, para la prócer de Podemos en Sevilla, tu cárcel esta trufada de franquismo). Eduardo que, como yo, es de la Macarena, me hizo ver, con fino olfato de experto, que los varales ni se movían, dado el paso de los cofrades. Y era cierto; se movían menos que la eficacia de los convenios de la época que preocupaban a Saborido.

En 1992 viví una sugerencia similar sobre el atontamiento de los gustos populares. Un tipo que por entonces venía a ser andaluz, residente en Sevilla y, probablemente, el jefe comunista con más antigüedad de la Europa occidental, vino a informarme del carácter marginal y ajeno a la cultura popular de la Expo. No obstante, debido a mi conocido carácter discutidor y a que mi hija, por entonces con doce años, quería viajar en AVE y ver la Expo ("papá no me la puedo perder") me encontré, una noche de septiembre, ante un espectáculo de agua, luz y color, donde un grupo de marginales de aproximadamente un millón de personas compartíamos algo ajeno a la ética y la estética del progreso, en versión alternativa.

Un millón es lo que se contabilizó en aquella madrugá que compartí con Saborido. Marginal cantidad popular, obviamente. Una madrugada en la que los sevillanos y las sevillanas ejercen parte de su identidad, con tanto orgullo como respeto por su historia. Madrugá donde, que le vamos a hacer, "el noble y el villano, el prohombre y el gusano", comparten jamón, fino y atinadas observaciones sobre los varales. Pura casta señores y señoras.

Los varales de la Macarena sostienen a la casta, la de los señoritos, los obreros y los que pasaron cárcel pero no fueron capaces, pandilla cobardes, Eduardo, pandilla de cobardes, de hacer la ruptura y así nos va. Porque no son los usureros y especuladores los culpables de nuestros horrores sino las gentes de la transición que entontecieron al pueblo con los varales de la Macarena o la belleza de la de Triana.

La prócer sevillana sabe lo que quiere el pueblo y ella decidirá por el pueblo si falta hace.Y nosotros y nosotras nos dedicaremos a reírnos con semejantes tontunas. Porque el cambio es cerrar la Semana Santa en Sevilla. Es que si hablamos de los barrios igual no salimos en la cosa televisiva del de los paraísos fiscales.